Los
bolivarenses se preguntan a cada rato para qué sirve el Orinoco, ese río pintado, cantado y exaltado por nuestros
artistas. ¿Para qué sirve ese
recolector monstruo de la hidrografía nacional?
Si
sirve para algo, la generación actual lo ignora. Aunque mil crónicas hablan
de un gran río que deslumbró a Colón hasta el punto de confundirlo con un río de El Paraíso. De un río que conducía a mil pueblos dorados encontrados no sólo en la imaginación de Sir Walter Raleigh. De centenares de
hombres, desde Diego de Ordaz y Alonso
Herrera, que murieron en la
aventura de su exploración. De una aventura que lo desandaba hasta el nacimiento que un
día sólo pudieron encontrar los arriesgados de una expedición
franco-venezolana.
Todavía
cuando Frank Rísquez llegó a las cabeceras
del Orinoco, éste era navegable
casi en todo su curso acarreando toda clase de mercancías, comunicando y
vitalizando cada pueblo en un área de diez mil kilómetros cuadrados carente de
vías terrestres.
Ciudad
Bolívar era el puerto más importante del Orinoco y su comercio cubría una
línea fluvial y marítima que comprendía Trinidad, Cumaná, Margarita, Barcelona, La
Guaira, Las Antillas y se
extendía a todo el Apure, el Meta
y Portuguesa, el Guaviare, Barinas, Mérida y muchos otros pueblos intermedios.
Pero
un día fueron descubiertas las montañas de hierro del Trueno, La Paria y San Isidro y la navegación por el río se circunscribió al tramo de su desembocadura, desde Boca Grande hasta Matanzas en un recorrido de apenas
341 kilómetros de 2 mil que antes eran navegables.
El
resto del río ha muerto y en
el trayecto de ese curso abandonado, muchos pueblos languidecen, entre ellos Ciudad
Bolívar que terminó por perder su
aduana y capitanía de puerto
dejando de ser posiblemente para siempre la ciudad mercantilista y cosmopolita
de otros tiempos y a la que Juan
Vicente González, alguna vez y no sabemos bajo que estado de ánimo, llamó "La Fenicia Venezolana".
Desde
que el hierro es hierro, se acabó la aventura y la navegación por el Orinoco
medio y alto. Se acabó hasta la
pesca porque siendo el hierro renglón
de altos ingresos y de importancia
para el desarrollo industrial del mundo, no había tiempo para seguir pensando
en el Orinoco como vía de
comunicación y de interés social y económico para Venezuela. Se olvidaron las
crecidas y los descensos. Nadie más
se ocupó del ciclo de vida de los
peces por cuya ignorancia ha sido prácticamente agotada su fauna. Se ha
olvidado hasta el escape de agua al río Amazonas
por el brazo Casiquiare y tantos proyectos para los cuales podría ser útil ese inmenso
caudal de agua que cruza a
Venezuela desde la Sierra Parima
hasta el Atlántico.
Aparte
de su acción destructiva arrastrando hacia el mar la capa vegetal de su influencia,
desbordarse en la curva de cada ciclo, destruir sementeras y dejar ruina en
los bohíos de campesinos y pescadores, el Orinoco actual no sirve para nada, ni siquiera se utiliza
para hacer turismo.
Mientras
otros grandes ríos como el
Mississipí, el Volga y el Rhin
acarrean hasta 200 millones de toneladas por año, el Orinoco sigue inútil,
ocioso, improductivo en sus dos mil kilómetros
de línea navegable, utilizando apenas con ayuda del dragado el tramo que permite la salida de 22 millones de
toneladas de hierro todos los años.
Lo
mismo que con el ferrocarril, ocurre con el Orinoco. Ambos han sido aplastados por el afán de lucro. Reyes Baena lo
dijo: nos han impuesto el
automóvil, el camión y los jets como únicas alternativas de comunicación.(AF)
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