sábado, 18 de agosto de 2018

Alejandro Otero en el Orinoco


Alejandro Otero, cuando paseamos en una lancha (Elizabeth II) que me regaló mi hermano,. hasta la isla El Degredo donde se puso a lanzarle piedra a una mata de mango de Paulina Larosa, para recordar sus días de adolescente,  me dijo que  habría querido venir antes a la amada tierra de su juventud para contemplar desde el otro lado del Orinoco la Tea Crepuscular que nunca pudo ser sino en el papel o en la pantalla de su computadora. Quería con su Tea de 50 metros alzada como Faro sobre un punto de la Laguna de Los Francos, alumbrar la esperanza del pescador orinoqueño además de calzar en el anular de cada paisano citadino su Anillo vibrante en movimiento circular. Pero no pudo, se quedó sin aliento. Por supuesto que había venido antes muchas veces persiguiendo la Torre Solar y un día de tanto venir apresurado se puso a recorrer conmigo los hitos que en la ciudad marcaron su adolescencia, desde el pie del Cerro La Esperanza donde su madre Luisa enseñaba las letras a los párvulos de Los Morichales hasta el puerto de los antiguos bergantines y barcos de chapale­tas, pasando por El Porvenir, el Colegeón de José Luis Aristiguieta, el Banco Royal of Canadá y la esquina del Viejo Oropeza, quien le prestaba el burrito plateado que no respondía sino a un sólo paso y a un sólo camino.  Caminos y lugares de la adolescencia eran éstos de la Ciudad Bolívar de 1930 porque su infancia pura transcurrió en Upata a donde recién nacido y junto con su hermano mayor lo llevó su Madre procedente de El Manteco, apenas muerto su Padre, picado por ua araña mona en plena selva. (AF)

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