Desde la existencia de la Angostura del Orinoco, no se tiene memoria de una crecida tan gigantesca como la del 10 de agosto de 1892 cuando el nivel del Río, aún sin la muralla, alcanzo los 19,14 metros sobre el nivel del mar. Las aguas desbordadas taparon la Piedra del Medio y modificaron temporalmente la geografía de la capital bolivarense, transformada en una isla más de las muchas que tiene el Río Padre.
El Orinoco reanuda su ciclo en mayo y crece, crece sin cesar hasta agosto que es cómo decir el mes tope de sus aguas y de las angustias ribereñas.
Aquel año de la década final del siglo dicienueve fue así. Creció incesante como nunca, se desbordó en cada curva y recuperó predios milenarios casi perdidos; arrasó cementeras y bohíos, inundó núcleos urbanos hasta los techos y se dislocó como un animal incontenible el río. Vulneró sus controles, resquebrajó La Muralla. La Alameda era un chorro vuelto corriente impetuosa hasta internarse en la Laguna El Porvenir y restregarse contra Cerro Azul. La Colina del Vigía con sus altas, pequeñas y grandes edificaciones quedó sitiada por las aguas turbulentas y las calles de la parte plana paralelas al río prácticamente sepultadas. Toda la ciudad parecía como flotando después de un naufragio sorpresivo.
Ciudad Bolívar entonces tenía concentrados en el cerro urbanizado unos 20 mil habitantes, impotentes, rendidos ante el espectáculo desbordante y telúrico de las aguas. Dios en ese momento parecía no estar de su lado y Monseñor José María Durand, obispo recién posesionado de la Diócesis, no hallaba qué hacer sino elevar plegarias a San Isidro Labrador para que apaciguara las lluvias diluvianas en cabeceras y afluentes mientras el gobernador José Ángel Ruiz acopiaba todos los recursos para hacerle frente a una situación de desastre.
El resto de Venezuela ignoraba lo que ocurría en Ciudad Bolívar y en los poblados ribereños que iban desde el Amazonas hasta el Delta, porque las comunicaciones eran lejanas, difíciles, tardías y el país se hallaba absorbido por la Revolución Legalista del General Joaquín Crespo, frente al continuismo del doctor Raimundo Andueza Palacios. Una revolución que parecía ignorar los conflictos fronterizos del momento con Colombia y también con Inglaterra asegurando que sus dominios llegaban hasta Guasipati y por ello se oponía a la construcción de un ferrocarril hasta el Yuruary.
Venezuela contaba con 2 millones de habitantes y la provincia de Guayana era la más despoblada con relación a su extensión territorial. Guayana era grande y pequeña a la vez frente a dos grandes calamidades que amenazaban su existencia y soberanía: los ingleses por el sur y por el Norte el Orinoco que inusitadamente llegó a sepultar la famosa piedra del Medio.(AF)
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