domingo, 26 de agosto de 2018

La Raya del Orinoco



Hubo un tiempo en que para caminar por la orilla del Orinoco había que hacerlo como los ciegos, protegido de un bastón con el cual se sondeaba la

arena antes de marcar el paso. Ciertamente que visto el hom­bre así, uno puede suponer que se trata de un invidente que a falta de lazarillo, va con su caya­do detectando la posibilidad de un hueco, una piedra o cualquier obstáculo en el camino; pero no, se trata de la manera más prácti­ca de evitar la raya, ese pez de forma romboidal armado de una o más puyas ponzoñosas, desga­rrantes y en muchos casos morta­les.
Si riesgoso era nadar en el río por temor tanto a los saurios como a los Caribes, más lo era andar descalzo o frágilmente cal­zado por la orilla con los pies sumergidos porque aunque la raya es pez de fondo siempre busca la costa a los efectos de su reproducción, sin temor a que la aplasten porque ella de por sí está siempre aplastada contra el suelo, sobresaliendo sólo de su cola una o más puyas, dentadas como una sierra.
Bien es verdad que la raya es temible por su puya tan terrible, pero nada desmiente que aprove­chada en la cocina es toda una vianda deliciosa. Su carne carti­laginosa se presta para un pisci­llo con el cual son más apeteci­bles tortillas y empanadas. Si buenas las de chucho o cazón, inigualables las de raya, dice la gente de mar, porque la raya, mucho más que del río, es del mar. Clasificadas existen unas cien especies de mar, pero las de agua dulce, al menos las de los cuerpos de agua continentales de Venezuela, son las del género Potranotryzon y Paratrigon. La propia del Orinoco es la Potramotryzon, localizables cerca de las playas de fondo arenoso y ensenadas arcilla-arenosamás por la noche que en cualquier hora del día. A veces son tan grandes, que les cuestan reingresar al canal principal del río.
     En Moitaco existe la sepultura de un francés que murió luego de padecer el puyazo ponzoñoso de una Raya del Orinoco.   Venir de tan lejos a morir en una desolada playa del Orinoco, puyado por una raya, jamás pasó por la mente de Francois Burban, un marino francés (bretón) que se sumó a su paisano, el explora­dor etnógrafo Jules Nicolás Crevaux, junto con el farmaceuta Le Janne y el ayudante Apatou, para realizar un viaje por el Guaviare y el Orinoco, entre agosto de 1880 y mayo de 1881.
El infatigable Crevaux, en su cuarto viaje iniciado en agosto hacia Sudamérica, remontó el Magdalena, atravesó los Andes y descendió por el oriente con des­tino al Orinoco, por la vía del Guayabero y Guaviare, totalizan­do 101 días de navegación flu­vial. Todo iba relativamente bien hasta que, estando en Mapire, en el amanecer del 22 de enero, Francois Burjan dio unos pasos en el río para tomar agua clara y sin la debida precaución pisó una raya que le causó heridas en ambos pies. Relata el propio Creveaux (El Orinoco en dos direcciones/Edición Fundación Cultural Orinoco/1988) que sólo se le veían a Francois dos puntos negros, uno en el talón derecho y el otro en un dedo del izquierdo y que Apauto (negro de la Guayana francesa), familiariza­do con este tipo de accidente, no vaciló en chupar las dos heridas, mientras Le Janne le colocaba gotas de ácido fénico. Pero aún así el dolor le era insoportable y Francois gritaba desesperado.
Al siguiente día partieron dese­osos de llegar a Ciudad Bolívar y en el curso de la navegación en una canoa grande con techo, acamparon a la entrada de los raudales del Infierno. Luego zar­paron, pero antes de llegar a Moitaco, Francois expiró con las piernas necrosadas hasta la pan­torrilla. (AF)



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