Hubo un tiempo en que para caminar por la orilla del Orinoco había que hacerlo como los ciegos, protegido de un bastón con el cual se sondeaba la
arena antes de marcar el paso. Ciertamente
que visto el hombre así, uno puede suponer
que se trata de un invidente que a falta
de lazarillo, va con su cayado detectando
la posibilidad de un hueco, una piedra o cualquier obstáculo en el
camino; pero no, se trata de la manera más práctica de evitar la raya, ese pez
de forma romboidal armado de una o más puyas ponzoñosas, desgarrantes y en
muchos casos mortales.
Si riesgoso era nadar en el río por temor tanto a los saurios como a los
Caribes, más lo era andar descalzo o frágilmente calzado por la orilla con los
pies sumergidos porque aunque la raya es pez
de fondo siempre busca la costa a los efectos de su reproducción, sin
temor a que la aplasten porque ella de por
sí está siempre aplastada contra el suelo, sobresaliendo sólo de su cola
una o más puyas, dentadas como una sierra.
Bien es
verdad que la raya es temible por su puya tan terrible, pero nada desmiente que
aprovechada en la cocina es toda una vianda deliciosa. Su carne cartilaginosa se presta para un piscillo con el
cual son más apetecibles tortillas y empanadas. Si buenas las de chucho o
cazón, inigualables las de raya, dice la gente de mar, porque la raya, mucho más que del río, es del mar. Clasificadas existen unas cien especies
de mar, pero las de agua dulce, al menos las de los cuerpos de agua
continentales de Venezuela, son las del género Potranotryzon y Paratrigon. La
propia del Orinoco es la Potramotryzon,
localizables cerca de las playas de fondo arenoso y ensenadas
arcilla-arenosamás por la noche que en cualquier hora del día. A veces son tan
grandes, que les cuestan reingresar al canal principal del río.
En Moitaco existe la sepultura de un
francés que murió luego de padecer el puyazo ponzoñoso de una Raya del
Orinoco. Venir
de tan lejos a morir en una desolada playa del Orinoco, puyado por una raya, jamás pasó por la mente de Francois Burban, un marino francés (bretón) que se sumó a su paisano, el explorador
etnógrafo Jules Nicolás Crevaux, junto con
el farmaceuta Le Janne y el ayudante Apatou, para realizar un viaje por
el Guaviare y el Orinoco, entre agosto de 1880 y mayo de 1881.
El infatigable Crevaux, en su cuarto viaje
iniciado en agosto hacia Sudamérica, remontó el Magdalena, atravesó los Andes y descendió por el oriente con destino
al Orinoco, por la vía del Guayabero y
Guaviare, totalizando 101 días de navegación fluvial. Todo iba relativamente bien hasta que, estando en Mapire, en el
amanecer del 22 de enero, Francois Burjan dio unos pasos en el río para tomar
agua clara y sin la debida precaución pisó
una raya que le causó heridas en ambos
pies. Relata el propio Creveaux (El Orinoco en dos direcciones/Edición
Fundación Cultural Orinoco/1988) que sólo se le veían a Francois dos puntos negros, uno en
el talón derecho y el otro en un dedo del izquierdo y que Apauto (negro de la Guayana
francesa), familiarizado con este tipo de
accidente, no vaciló en chupar las dos heridas, mientras Le Janne le
colocaba gotas de ácido fénico. Pero aún así
el dolor le era insoportable y Francois
gritaba desesperado.
Al siguiente día partieron deseosos de llegar a Ciudad Bolívar y en el
curso de la navegación en una canoa grande con techo, acamparon a la entrada de
los raudales del Infierno. Luego zarparon, pero antes de llegar a Moitaco, Francois expiró con las piernas
necrosadas hasta la pantorrilla. (AF)
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