miércoles, 29 de agosto de 2018

Las Lavanderas del Orinoco



LAS LAVANDERAS DEL ORINOCO
Durante largo tiempo la ropa, tanto de ricos como de pobres, era lavada en el río o en los remansos de los morichales.  Muy raro el viajero que hiciera parada en Ciudad Bolívar y no se refiriera a las Lavanderas del Orinoco.  En 1868, el explorador alemán Carl Geldner le dedica un párrafo en su diario de viaje “la encontramos aquí riéndose y hablando, parada en el agua hasta las pantorrillas pegándole tanto la ropa gruesa como la más fina sobre pedazos de roca”.  Ciertamente la ropa la estregaban con una tusa de maíz o golpeándola con una porra y en vez de jabón utilizaban el jugo del paraparo que tiene propiedades detergentes muy naturales.
            En la Quebrada de la Logia que cursa por el traspatio de la Casa de San Isidro, se lavó durante mucho tiempo y muy cercana a ella pasa una vía empedrada llamada El Trabuco por donde se iba hasta la ciudad. Por allí dice la tradición que Bolívar se dirigió a instalar el Congreso de Angostura. Esa vía pasó a llamarse “Callejón de los aparecidos” porque, al decir de quienes experimentaron el fenómeno sobrenatural, después de la muerte del Libertador en 1830 se sentían los pasos de los oficiales encargados de su escolta.
            De suerte que las lavanderas, por temor a ese espanto, no madrugaban ni lavaban hasta muy tarde en el Morichal de San Isidro.  El mismo comportamiento asumían para lavar en el Orinoco, aquí era por temor a los Caimanes que asomaban su hocico por las riberas del puerto de  la Aduana y en las bocas del Orocopiche sobre el Orinoco. Había uno por la zona de Orocopiche que no dejaba en paz a las tradicionales lavanderas del sector. Este fue capturado el 3 de julio de 1950, entre la Boca del San Rafael y La Toma, cerca de la Cerámica, por el Mayor José Antonio González, jefe militar de la plaza, Jorge Suegart, director de El Luchador y un hijo de éste que así se lo propusieron de manera exitosa.
            Las lavanderas del Orinoco utilizaban en su oficio cotidiano una porra llamada “Manduco” para sacarle el sucio a la ropa, igualmente un vegetal que llamaban “estropajo” y a falta de jabón utilizaban la pulpa del fruto del Paraparo, árbol que abunda en el Cerro del Zamuro.
Los frutos alargados del estropajo contienen un esponjoso tejido fibroso que al secarse, las domésticas lo utilizaban para lavar no solamente la ropa sino platos y demás utensilios de la cocina. Igualmente era usado para el baño. Tan bueno y reconfortante era bañarse con esta esponja vegetal dio lugar al dicho en boga de que “no hay nada como bañarse con estropajo”.

En cuanto al manduco como instrumento para lavar la ropa fue adoptado en tiempos de la Colonia en manos de los indígenas y así se extendió hasta muy avanzado el siglo veinte, por lo tanto  es una herencia indígena colonial y en la vecina Colombia es tan popular que las mujeres cuando van a lavar a la orilla del río suele entonar esta canción que con ciertos agregado popularizó el músico y compositor Gilberto Simoza: “Mi mamá me dio el manduco / El manduco pa' la ropa / El manduco pa' lavá /  Que mi manduco pa' la ropa / El manduco pa' lavá / La comadre Josefina / Ya no presta su manduco /   Porque el negro Juan Bautista / Se lo lleva pa' pelear / Que mi manduco pa' la ropa / El manduco pa' lavá / Que mi manduco pa' la ropa / El manduco pa' lavá / Ese negro Juan Bautista / Lo que quiere es pelear / Y no ayuda a Josefina / Que tiene que trabajá / Que mi manduco pa' la ropa /
El manduco pa' lavá / Que mi manduco pa' la ropa / El manduco es pa' lavá!” (AF)

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